Embriagada por el éxtasis entré por las puertas del templo de blancas paredes y en ausencia del cuerpo, de los afectos y de la mente, experimenté en forma directa eso que es la verdad, dejando de existir realmente la mente en si misma y todas sus sombras vanas e ilusorias.
Nunca estamos sin el Amado. Él Amado vive y respira en nuestro interior. Él vivifica cada uno de nuestros movimientos y cada una de nuestras respiraciones. Es sólo nuestra atención la que nos hace pensar que estamos separados.
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